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Jordi Borja: Carta des de Catalunya als amics i amigues d’Espanya
L’article consta de dues parts. El fil conductor del conjunt del text és la vella idea d’una Espanya essencialista i la seva suposada i “indisoluble unidad” que segueix vigent en la cultura política espanyola i que fa pràcticament impossible un diàleg racional amb Catalunya.
Les esquerres polítiques catalanes i espanyoles han quedat desubicades davant l’auge de dos nacionalismes contraposats. No obstant això, o bé les esquerres, que sempre han estat les forces que han promogut les conquestes democràtiques, es resituen, o bé les dretes ens portaran a una catàstrofe.
La primera part exposa els comportaments dels diferents actors i les seves inevitables desacords. La segona part analitza els principals conceptes que són alhora font de confusió i de confrontació.
Encara que l’autor no dissimula les seves opcions seva pretensió és contribuir a aclarir els termes de la discussió i a proposar escenaris de trobades.
I
1. Una vieja mala idea de España
“De todas las historias de la Historia la más triste es la de España, porque termina mal” nos recuerda Jaime Gil de Biedma, tan actual hoy como hace más de medio siglo cuando escribió Moralidades. Como el presente es ya historia dan ganas de citar la sentencia de Marx sobre la repetición histórica, lo que fue tragedia en los años 30 ahora es una farsa. Pero para muchos este presente no es una broma, el presente les agobia, su vida se ha precarizado en todas sus dimensiones, el futuro se lo niegan. El Estado es una farsa, la sociedad es una víctima. El “caso catalán” es un síntoma revelador. No hay un “problema catalán”, hay ante todo un problema español. Un problema más propio del Estado, el Reino de España y de sus aparatos, que de la sociedad española.
La reacción del gobierno español, de las cúpulas de los partidos estatales (PSOE incluido), de la gran mayoría de los medios de comunicación españoles de fuera de Catalunya nos hace retroceder a una idea de España cutre, metafísica, intolerante. Nos referimos en este artículo a la relación de esta España con Catalunya pero la regresión democrática también se expresa en otros campos: la educación, las relaciones con la Iglesia, la ideología de convertir todo en mercancía, etc. La España mala de Machado (1): “la España de charanga y pandereta… especialista en el vicio al alcance de la mano… esa España que ora y bosteza, vieja y tahúr, zaragatera y triste…esa España inferior que ora y embiste, cuando se digna usar la cabeza…hay un español que quiere vivir y a vivir empieza, entre una España que muere y otra España que bosteza… españolito que vienes al mundo te guarde Dios, una de la dos Españas ha de helarte el corazón”. Es la España oficial de hoy, la que embiste, la del gobierno del Estado y de los portavoces del PP, la de la caverna y la brunete mediática, la de la conferencia episcopal, la faes, las cúpulas de gran parte de los aparatos del Estado, especialmente de la Judicatura, la de una monarquía decadente, e incluso de políticos o intelectuales cultivados que confunden la democracia con un sistema institucional que se forjó mediante un proceso democratizador pero condicionado por los aparatos del pasado y limitado por la debilidad de los nuevos actores políticos y que luego hizo marcha atrás. Y ya sabemos que cuando se hacen estos procesos a medias se cavan las propias tumbas. Esta España es hoy la más visible, la que expresa una regresión democrática que nos conduce a otros tiempos, anteriores a la democracia. Y por lo tanto a una explosión social.
Mientras tanto hay la otra España bosteza políticamente, la de Rajoy (que deja a sus colegas que embistan), las cúpulas del PSOE, los grupos económicos que viven a costa o con el apoyo del Estado, la parte de la sociedad que solo se socializa por medio de los peores programas de la televisión. La España que desprecia cuánto ignora, la que desprecia la cultura, la que odia la diferencia, la del vaya yo caliente y ríase la gente. La que vota indistintamente al PSOE o al PP pero que no ha asumido una mínima cultura política democrática, en unos caso interesadamente (los que se benefician de esta pseudodemocracia) y en otros por no haber podido educarse debido al carácter oligárquico de las instituciones del Estado y el divorcio entre los aparatos partidarios y la ciudadanía. Si que hay que reconocer que los poderes locales en parte y los partidos y movimientos nacionalistas periféricos y las organizaciones de izquierda han promovido una socialización política democrática.
Somos conscientes que existe otra España, democrática y tolerante, pero que se expresa poco en el escenario político. Hay una izquierda que va más allá de las instituciones, algunas organizaciones políticas, movimientos sociales y sindicatos de clase, “indignados” y oenegés, colectivos alternativos, etc. Hay un mundo cultural vivo y una intelectualidad que nada tiene que ver con “esa España inferior que ora y embiste”, que ni bosteza ni desprecia. Es menos visible, menos “instucionalizada” pero más moderna y progresista que la España institucional. Se expresa principalmente en las redes virtuales, también en la calle y se moviliza por sus demandas específicas en unos casos o por su justificada indignación general en otros. Pero en situaciones que no le afectan directamente mira para otro lado. O bien no entiende cuando se trata de situaciones que no corresponden a los parámetros básicos del pensamiento progresista. En estos casos actúan los prejuicios y los dogmas y también la presión de los medios y de los aparatos políticos dominantes. Es lo que ocurre ante la confrontación Catalunya-Estado español. Unos por acción, otros por omisión, la mayoría niega o considera exagerado la realidad del problema y se escandaliza cuando aparecen síntomas graves de desafección entre la ciudadanía catalana y el escenario político español como ocurre cuando se trata de promover un referéndum o una consulta no vinculantes para saber si el pueblo catalán quiere o no mantener su actual status dentro del Estado español. Se ha naturalizado denunciar la amenaza separatista en nombre de una idea metafísica de España mucho más cercana a la “unidad de destino en lo universal” (José Antonio) que a la realidad plurinacional que incluso recoge la Constitución (puesto que para catalanes y vascos definirles como nacionalidad se identifica como nación).
En resumen la idea dominante y anacrónica de España solo puede producir sentimientos “separatistas” en pueblos como el catalán que no participan de esta idea, que tienen una personalidad específica y que se sienten no reconocidos y mal aceptados por su diferencia.
El caso del sector cultural e intelectual español es interesante, pues en él se pueden percibir los matices y la vocación dialogante y también la dificultad de entenderse, incluso de escucharse. Simplificando podemos establecer tres tipos de actitudes entre los miembros de este sector a la hora de opinar sobre el caso catalán: los intransigentes que incluso defienden el uso de todos los medios para evitar que avance el proceso catalán, los que lamentan el “error” de los catalanes al pretender decidir su futuro y los que desean una solución compartida, pactada, siempre que no sea la independencia. Posiciones favorables o comprensivas ante la reivindicación de la independencia son muy escasas en la escena pública. En Catalunya pueden expresar posiciones más o menos simétricas a las del resto de España: el independentismo radical que era minoritario y ha crecido en gran parte debido a las posturas intransigentes españolistas, los que desearían una negociación pactada entre Catalunya y Espanya y los que se conformarían con un pacto fiscal, alguna participación en las relaciones internacionales y mayor autonomía en cuestiones de lengua y de cultura. Hay una tendencia por ambas partes a generalizar las posiciones más intransigentes de la otra parte como si fueran propias de todos. Ahora dominan las actitudes más radicales de las dos partes, pero unos lo hacen bien situados dentro del sistema político del Estado español y otros están fuera o próximos únicamente a poderes políticos muy limitados y reivindican un derecho propio de cualquier democracia que es manifestar cual es el futuro político al que aspiran.
El sector cultural e intelectual español que ha tomado posiciones políticas en los medios de comunicación ha sido numeroso y aparentemente heterogéneo, pero bastante coincidente en sus acciones y omisiones. Con más o menos contundencia la gran mayoría son contrarios a la consulta y obviamente mucho más a la independencia. Y los que expresan posturas comprensivas, admiten hasta cierto punto una consulta y consideran que hay que dialogar no son muy creíbles en Catalunya. Sus omisiones han sido en el pasado reciente clamorosas. Es suficiente citar un caso: la sentencia del Tribunal Constitucional que demolió un Estatuto ya cepillado y aprobado por las Cortes. ¿Cúantos opinadores habituales, expertos en política o en cultura, intelectuales orgánicos o inorgánicos, independientes o próximos a los partidos e instituciones, cúantos de ello se manifestaron en contra de una sentencia que fue una provocación tan aberrante como absurda? ¿Cúantos denunciaron que media docena de “juristas” vinculados al PP o oportunistas gremiales aprobaran una sentencia política, teleguiada por la FAES incluso en contra de la posición de una minoría cualificada, lo cual demuestra el carácter “interpretativo”, por lo tanto por lo menos muy discutible, de una sentencia que incendió la opinión pública catalana? ¿Cuántos expresaron vergüenza e indignación ante la imagen de tres malhechores del Tribunal Constitucional (dos apoyados por el PP y uno por el PSOE) fotografiados puro en ristre en la plaza de toros de la Maestranza celebrando su fechoría el mismo día que se daba a conocer su sentencia? ¿Cuántos reaccionaron ante el lamentable artículo de Carmen Chacón y Felipe González en El País en el que pretendieron legitimar la sentencia que indignó a la gran mayoría de la ciudadanía catalana?
Ante el futuro inmediato téngase en cuenta el resentimiento y la desconfianza que se ha generado en Catalunya no solo contra el PP y el PSOE, también contra los que miraban para otro lado ante los agravios ante las agresiones a la lengua y a la educación, las inversiones comprometidas y no realizadas, el déficit fiscal, el abuso de la legislación orgánica para vaciar las competencias de la Generalitat, las campañas orquestadas y las declaraciones de políticos en contra de Catalunya, etc. ¿No se daban cuenta que la sociedad iba a explotar y que el sistema de partidos políticos en Catalunya no es igual al que existe en el resto del Estado español (excepto Euskadi). La suma del movimiento popular en la calle y de una mayoría de partidos en las instituciones solo necesitaba una chispa para encenderse. Y entre el Tribunal Constitucional, la crisis económica, la corrupción y degeneración del régimen político, los desplantes y amenazas del gobierno del PP y la hostilidad más o menos activa y el escaso apoyo o comprensión de las opiniones públicas españolas, todo ello han sido algo más que chispas, verdaderas bombas que han provocado una rebelión popular. Y si no se cambia de rumbo en España el conflicto irá a más. Quién avisa no es traidor.
2. España vista desde Catalunya
La posición más intransigente y más próxima a la que expresa el actual poder político español es de carácter doctrinario, que pone el acento en lo jurídico o en el ideológico-histórico, aunque en gran parte se solapan. Es la España que embiste. Esta posición no solo la han expresado gran parte de la “clase política” españolista también la mayoría de los intelectuales-opinadores en tertulias y artículos. Es una posición que no conduce a nada positivo. Se invoca el Estado de Derecho, la Constitución y la legislación vigente. Y se exalta la historia de España, Viriato y Don Pelayo, los Reyes Católicos, el “descubrimiento” de América, la guerra de la Independencia, la lengua castellana (en detrimento de las otras lenguas que se hablan en España) hasta la Transición. Se obvia pero no se denuncia la parte negra, tan extensa, de la historia de España, la que siempre termina mal. Lo cual provoca algunas respuestas equivalentes de sentido contrario que tampoco facilitan el diálogo. La Constitución, elaborada en un contexto en el que pesaban muy fuerte las fuerzas del antiguo régimen, fue un producto ambiguo que abría un proceso democratizador pero no lo cerraba. En el caso del actual contencioso sobre la consulta el gobierno puede delegar sus competencias respecto a una institución autonómica y la historia de Catalunya debería ser considerada tan legitimadora como la española para ejercer su derecho a la autodeterminación como derecho propio de un marco democrático. No se puede resolver, o negarse a resolver, un problema político que pone en cuestión la organización de un Estado mediante argumentos jurídicos formalistas ni referencias históricas discutibles.
Hay una posición más comprensiva, o por lo menos lo parece, la que lamenta la desafección catalana, que asume que si se ha llegado a la situación actual es porque se han cometido errores e incomprensiones de ambas partes y hay que establecer puentes de diálogo. Pero con frecuencia este discurso suena paternalista, se parte de una visión de España como una nación eterna y Catalunya como una falsa víctima. En bastantes casos me recuerda la España que bosteza, un poco vaga y cobarde. Proponen diálogo pero no se pronuncian sobre el derecho de consulta a los ciudadanos, dicen que hay que escuchar a los catalanes pero dan por supuesto que las soluciones se toman en la capital del Estado. Denuncian el esencialismo presente en el catalanismo pero no se refieren al que se expresa cada día en el “españolismo”. Parten del principio que no se discute que España es una y basta, aunque podría ser un poco más federal. Por cierto que los federalistas españoles y catalanes han sido superados por la señora Aguirre que reconoce que Cataluña y Euskadi requieren un status especial que va más allá del federalismo tibio y más que dudoso del señor Rubalcaba. Esta posición se expresaba en gran parte del manifiesto de intelectuales españoles de finales del año pasado que declaraba su amor a los catalanes pero les reñía cordialmente por su empecinamiento en la consulta y en la posible independencia y les advertía que si persistían en su error que solamente podría traerles males mayores. Con matices diversos esta posición esta muy extendida entre sectores democráticos de la intelectualidad, de la cultura y de la política españolas.
La tercera posición, más realista y más abierta, es la que reconoce la especificidad de Catalunya, el derecho a que los ciudadanos catalanes puedan ser consultados y que si una gran mayoría se muestra favorable a la independencia el Estado español deberá asumir un proceso pactado que garantice el mantenimiento de lazos entre unos y otros, en beneficio de todos. Probablemente es una posición minoritaria pero no tanto como parece. En la práctica hay una parte importante, quizás un tercio de la población española según algunas encuestas, que considera que si los catalanes insisten en ser independientes pues “que se vayan”. Unos por cansancio o irritación ante esta voluntad secesionista y otros por considerar que es un derecho. En todo caso esta posición permite abrir una negociación que no necesariamente conduzca a la ruptura sino a la interdependencia, es decir a una nueva relación Catalunya-Espanya. Pero los que expresan estas posiciones ni ocupan posiciones de poder o de gran influencia. Y en muchos casos no han asumido el carácter “plurinacional” de la España actual lo cual les lleva a proponer unos argumentos algo dudosos como “España, la izquierda, el progreso del país, etcétera, os necesita, no podéis abandonarnos…” O “la separación de España perjudicaría gravemente a Catalunya y especialmente a los trabajadores, a los sectores más vulnerables… O “la derecha catalana os manipula, os utiliza carne de cañón y luego os traicionará, y si el actual proceso liderado por el nacionalismo catalán consigue la independencia tendréis décadas de gobiernos conservadores como ha ocurrido en otros pequeños estados como Irlanda o los bálticos”. Son frases literales de amigos míos de Madrid, bien intencionadas, discutibles y muy poco convincentes para los catalanes. ¿Porqué?
3. La emergencia del independentismo
En Catalunya en menos de 10 años el porcentaje de los ciudadanos que se consideraban partidarios de la independencia ha pasado de alrededor del 20% (bastante menos en el inicio de la democracia) a más del 50%. Es posible que a la hora de la verdad no todos votarían por esta opción pero también hay un porcentaje difícil de evaluar de los que se “no independentistas” (muchos de izquierdas) pero tampoco admiten la actual situación que declaran que si el dilema es entre el status actual y la independencia votarían por ésta. Por otra parte nunca se había dado una movilización social como la que se ha dado desde 2011: más de un 20% de los ciudadanos de un país en la calle (más de un millón y medio sobre 7 millones) y un clamor generalizado de independencia no se disolverán simplemente por el hecho de que el gobierno del Estado los ningunee. Todo lo contrario. Se trata de entender lo que hay en el fondo de la explosión de una sociedad.
Las ciencias sociales y especialmente la historia nos enseñan que este tipo de reacciones colectivas resultan de una combinación de factores estructurales y coyunturales que estallan cuando algunos acontecimientos precipitan la explosión. El principal factor estructural es histórico, lingüístico, cultural, pero también una estructura económica específica generada por la modernización que generó la revolución industrial y una fuerte tradición de lucha social, todo lo cual ha construido un relato propio y contradictorio, algo así como dijo Renan “una nación hecha de glorias y remordimientos”. Esta base estructural se ha visto reforzada por una relación conflictiva con el Estado español desde el siglo XVII y alcanzó su cima en el franquismo. La consecución de la autonomía parecía iniciar un proceso de desarrollo del autogobierno pero pronto se comprobó que los gobiernos sucesivos a partir de 1981 lo iban a limitar al máximo por la vía legislativa y presupuestaria.
En los últimos años el país vivió una coyuntura de crisis económica en la que aún estamos inmersos y que ha afectado fuertemente a Catalunya: desocupación, desinversiones públicas y privadas, recortes brutales en educación y sanidad (las dos joyas de la autonomía), retraso de las infraestructuras dependientes del Estado incluso las más necesarias, etc. El gobierno catalán, en parte con razón y en parte por oportunismo, ha convencido a amplios sectores de la ciudadanía de que se produce un expolio fiscal (que tiene una base real pero que se exagera) y que ha supuesto que el gasto público por habitante sea en muchas regiones españolas superior al de Catalunya a pesar de que los ingresos públicos por habitante que recauda el Estado son muy superiores. La coyuntura económica ha radicalizado tanto a sectores medios como populares, incluidos trabajadores originarios del resto de España y a sus descendientes. A ello se ha añadido el descrédito del régimen político, de la monarquía, del gobierno y de los partidos políticos, principalmente los que se han alternado en el gobierno del Estado (PP y PSOE) y que son también los más marcados por la corrupción.
Y en este contexto de crisis económica y política han surgido unos acontecimientos que han generado una impresionante movilización popular. Los hitos fueron la provocadora e ilegítima aunque formalmente legal sentencia del Tribunal Constitucional (2010) que dio lugar a una de las mayores manifestaciones populares y apareció por primera vez un clamor independentista aunque no tan masivo como ha ocurrido más tarde. Al año siguiente hubo la emergencia de los “indignados”. En este caso la reivindicación independentista estaba casi ausente pero en cambio la movilización de jóvenes contra el sistema político y la crisis económica fue un proceso acelerado de socialización política de miles de jóvenes que se distribuyeron por ciudades y barrios de Catalunya y en gran parte reforzaron la movilización social y nacional. La movilización de los 11 de septiembre de 2012 y 2013 son suficientemente conocidas. Han sido las mayores manifestaciones de la historia de Catalunya, entre un millón y un millón y medio. No se trata de una minoría activa, más bien de una mayoría que clama contra el Estado español y reivindica, con más fuerza en la reciente Diada (2013), el derecho a ser independientes. Estos hitos han sido momentos fuertes que han sido alimentados por las provocaciones, por acción y por omisión, de los gobernantes y políticos españoles: amenazas de todo tipo si se pretendiera ejercer el derecho de los ciudadanos catalanes a ser consultados, difusión de las informaciones sobre los “agravios económicos”, iniciativas legislativas y declaraciones del ministro Wert contra la lengua y la cultura catalanas, comentarios despectivas y medidas económicas negativas del ministro Montoro, incapacidad absoluta del gobierno español para hacer ofertas y diálogo con los gobernantes catalanes, etc. Por otra parte la huelga general promovida por los sindicatos en noviembre 2012 ha demostrado una capacidad de movilización muy superior a la de los años anteriores y una mayor proximidad a las iniciativas del catalanismo. En las grandes manifestaciones de los 11 de septiembre la participación de trabajadores o descendientes de no nacidos en Catalunya se ha hecho notar.
Estos acontecimientos son a la vez síntoma de una fuerte voluntad colectiva de cambio global que ha encontrado un concepto mítico en la independencia y a la vez cada uno de los acontecimientos citados ha marcado una progresión que ha reforzado de un movimiento que probablemente no ha llegado aún a su culminación. Lo cual puede conducir a una progresiva acción continuada de desobediencia civil, es decir no reconocimiento de la legitimidad del gobierno español, a forzar una declaración de independencia o… a una gran frustración. En todo caso nos encontramos ante un movimiento ciudadano que si hubiera alguna duda confirma la existencia de un “pueblo” que se confronta con los poderes establecidos. Es un movimiento interclasista, de sectores populares y clases medias. Obviamente la ciudadanía de origen no catalán participa en menor intensidad pero no hay indicios de que una mayoría de ella esté en contra. Los objetivos son democráticos, autogobierno, reforma política radical que reconozca a la ciudadanía como sujeto activo y no simplemente clientela electoral, cambio del modelo económico vigente, defensa de la identidad cultural y obviamente exigencia de ser reconocido como pueblo. Los actuales dirigentes de la Generalitat y los “líderes” políticos de los partidos institucionales siguen el movimiento, no lo representan ni están al frente. Aunque las elecciones catalanas fueron recientes (noviembre 2012) si queremos analizar la realidad política catalana hay que mirar más a la calle y menos a las instituciones (2). El movimiento social y político es el protagonista de la agenda política y solo puede haber una salida pacífica y pactada mediante la consulta. Lo cual cuestiona la mala “idea de España”, un todo monolítico y no lo que es hoy evidente: una realidad plurinacional.
4. El movimiento popular catalán y la idea de España
En términos “clásicos” podríamos enunciar de que se trata de una situación prerrevolucionaria, o como escribió Lenin, ni los gobernantes pueden gobernar como antes ni los gobernados soportan como gobiernan los gobernantes. Que sea una situación prerrevolucionaria no significa que vaya a derivar en revolución. No ha habido aún un acontecimiento con fuerza suficiente para encender una insurrección. Ni una estructura mínimamente organizada en la sociedad para ello. Falta sobre todo un factor clave: una fuerza y un liderazgo políticos con voluntad de promover un cambio revolucionario como es la independencia. Por lo tanto que no cunda el pánico. Como dijo el socialdemócrata Josep Pallach “revolució d’acord, però que l’endemà totes les botigues obertes”. Sin embargo el movimiento popular catalán hoy se ha radicalizado y lo que hace dos años era afirmar un derecho a ser consultados es ahora una potente reivindicación de independencia. La causa: el discurso de españolismo rancio que nos llega desde la capital del Estado, del gobierno, de los principales líderes políticos (con pocas excepciones) y de los medios de comunicación. Un frente que va de la extrema derecha y de la “brunete mediática” y de los ministros del PP hasta los líderes del PSOE y gran parte de los intelectuales que escriben en El País y en medios de talante democrático.
El movimiento popular catalán es diverso, heterogéneo y no todo es independentista o lo es coyunturalmente. Hay un núcleo duro que expresa la líder de la Asamblea Nacional Catalana que puede seguramente considerarse “independentista” y nada más, el que acentúa mucho los agravios infligidos por el Estado y que anuncia que con la independencia se podrán resolver los problemas y los déficits presentes. Es el objeto preferente casi único de las críticas procedentes del “españolismo” con todos sus matices. Este independentismo posee bases fundamentalistas, identitarias, historicistas. Un sector minoritario incluye en el proceso de liberación al conjunto de países catalanes (País Valenciano, Islas Baleares, Rosellón) lo cual resulta tan poco viable como es más bien incomprensible para la mayoría de catalanes. Este sector de independentismo radical distingue poco entre la nación española y el Estado español. Sus componentes se sitúan en su mayor parte en posiciones políticas de centro y derecha, como el gobierno CiU, y más claramente por ERC, que apoya al gobierno de CiU con una voluntad independentista mucho más decidida. Hay un sector minoritario pero muy activo, las CUPs, que tienen arraigos locales y se sitúan claramente a la izquierda, como el “proceso constituyente” que lidera una monja carismática, Teresa Forcades, que hay que tener en cuenta.
Hay otro sector que se ha convertido al independentismo gradualmente a lo largo de los últimos años aunque los factores que han provocado esta evolución empezó en algunos casos a principios de los años 80 (LOAPA, recursos del gobierno socialista contra leyes del Parlament de Catalunya) y culminó con la sentencia del Tribunal Constitucional. Este independentismo sobrevenido ha arraigado en una parte importante de las izquierdas y entre sectores medios, en especial de la cultura, la enseñanza, los profesionales y técnicos, también sindicalistas y activistas sociales. Un ejemplo esclarecedor de esta “conversión” ha sido el de dirigentes o personalidades socialistas, como Maragall y Rubert de Ventós y también de militantes y votantes (o ex) socialistas. En los últimos años la crisis económica, los escándalos y las provocaciones de los gobernantes del PP y las campañas anticatalanas ha generado un independentismo asumido en los dos últimos años en el que se encuentran sectores medios de pequeños o medianos empresarios y profesionales, en los movimientos sociales y entre la clase obrera. Hay que destacar que en este sector se incluyen bastantes ciudadanos no nacidos en Catalunya o hijos de inmigrantes. Son independentistas que confiesan ante todo su hartazgo del régimen político español y de sus dirigentes. Se podría añadir un matiz que afecta a parte de estos independentismos sobrevenidos, el que podríamos denominar el independentismo como instrumento. El objetivo en este caso es forzar una negociación sobre un nuevo status específico de Catalunya en Espanya que sea similar a una relación confederal que garantice una base financiera más justa, el reforzamiento de la identidad cultural y lingüística, la presencia en las instituciones europeas, etc. Obviamente la sistemática negativa del gobierno español a replantear cualquier negociación consolida la opción independentista. Hay que tener en cuenta que si se plantea una alternativa entre el actual estatuto interpretado y corregido por el Tribunal Constitucional y el Gobierno del PP y la independencia hay un sector de la ciudadanía que se declara no independentista votará por el independentismo (algo que he comprobado en el caso de sindicalistas en su mayoría de origen no catalán y que votarían independencia sin complejos).
La España oficial ha reaccionado frente a Catalunya de la peor manera posible, incluso para sus intereses, en el caso de que éstos sean mantener a los catalanes en el marco español. Continuamente se dictan normas o se toman decisiones contrarias a la autonomía o a los intereses de Catalunya. Y prácticamente cada día leemos o escuchamos declaraciones de políticos o opinadores de los medios que nos envían mensajes amenazadores o despectivos. Se identifica el discurso más radical o esencialista del independentismo catalán con el conjunto del movimiento popular mayoritario que se ha expresado tanto en la calle como en las elecciones. No olvidemos que en las elecciones del las candidaturas que defendían “el derecho a decidir” obtuvieron una clara mayoria de votos y de diputados (80%) a pesar de la importante devaluación de los partidos institucionales. Una de las reglas básicas en política es no hacer una amalgama de todos los que mantienen criterios distintos, etiquetarlos a todos como si fueran idénticos a la minoría más radical y considerarlos en consecuencia a todos como los enemigos absolutos a los que se niega el pan y la sal. Y a la vez, cuando conviene, identificar el catalanismo moderado de CiU con el independentismo radical y cuando aquél pierde votos se saca la conclusión que todo el catalanismo ha perdido (ver la nota 2 a pie de página).
La reacción españolista frente a Catalunya no es una reacción política más o menos inteligente y pactista, es una reacción ideológica, intolerante y rancia. Lo peor es que a la hora de abrir un diálogo las diferencias entre los dirigentes del PP y del PSOE, las dos fuerzas políticas mayoritarias hasta ahora, se distinguen muy poco, aunque unos sean más bien educados que los otros. Cuando políticos de prestigio y de gran responsabilidad como Felipe González declara desde su pedestal “la independencia de Catalunya es imposible” está provocando una reacción de signo contrario y además utiliza una arma deshonesta como es inyectar miedo en la cultura política. Y cuando Rubalcaba se mantiene en su total oposición a una consulta ciudadana, en contra de los socialistas catalanes, se coloca al lado del españolismo más reaccionario y se descalifica como interlocutor. Como decía el obeso Kasper Gutman (Sydney Greenstreet), obsesionado por el Halcón maltés, “las emociones te llevan a ir contra tus intereses”.
5. ¿Otra historia hubiera sido posible?
Hubiera sido muy fácil establecer un status especial para Catalunya (Euskadi en parte lo tuvo) en los años 80 (3). En lugar de esto tuvimos tres décadas de café para todos sin respeto a la especificidad nacionalitaria, la interpretación cicatera restrictiva de la Constitución y de las competencias autonómicas, el no cumplimiento de los acuerdos de transferencias competenciales y financieras y de las inversiones comprometidas y las constantes amenazas y medidas en contra de la consolidación de la lengua y la cultura propias. En vez de establecer un diálogo bilateral con Catalunya se le impuso un tratamiento discriminatorio y un ninguneo político. Luego se recortó el Proyecto de Estatuto en las Cortes, siguió un Tribunal Constitucional deslegitimado que lo desnaturalizó y tanto los gobiernos socialistas como populares lo aceptaron como bueno. Hubiera sido fácil reformar el Tribunal Constitucional y desarrollar un marco legislativo que permitiera a Catalunya recuperar lo que una mayoría justa de jueces hizo una interpretación político-ideológica eliminó o modificó en contra de la voluntad mayoritaria de las instituciones políticas y del voto masivo de la ciudadanía. Nada de ésto se hizo, a pesar de que la reacción contra la sentencia del Tribunal Constitucional anunciaba lo que vino después. Emerge un enorme movimiento popular que expresa su voluntad de modificar sus relaciones con el Estado español y en vez de abrir cauces de diálogo y de hacer ofertas que tengan en cuenta algunos de los temas conflictivos el gobierno, los aparatos del Estado, los líderes políticos de los grandes partidos estatales, reaccionan con desprecios, amenazas y ninguneos. ¿Aprendices de brujos? ¿Políticos perversos que quieren provocar un conflicto para usar la fuerza bruta? Algo de esto hay. Y también el lamentable perfil de unos dirigentes del Estado incompetentes e ignorantes, débiles y cobardes, personalidades arrogantes y egocéntricas que en nombre de la Historia y de la Ley pretenden imponer su ideología esencialista que justifica su voluntad de mantener un poder que no reconoce la realidad de España, un país plurinacional que hubiera debido establecer un reconocimiento específico a las naciones que lo componen. Por cierto la distinción entre nación y nacionalidad solo sirve para crear confusión y para utilizar la nacionalidad como una entidad sin ninguna personalidad política más allá de lo que decida el Estado español.
España no pudo construir su unidad nacional. Nació como una confederación de reinos que a su vez estaban muy descentralizados. Pero la dinastía borbónica pretendió construir un Estado centralista, uniformista, absolutista y burocrática, sin contar con un centro político con fuerza cultural y económica. Se mantuvieron los pueblos preexistentes y para bien o para mal cada uno tuvo un desarrollo propio y la revolución industrial marcó las diferencias. Dos territorios, Euskadi y Catalunya con una estructura social más compleja y moderna y lejos de un centro inmovilista se convirtieron en sociedades industriales con base cultural propia y diferenciada, clases medias urbanas, una gran ciudad cada una y una importante clase obrera. Se acentuaron las diferencias y el Estado de los siglos XIX y XX en lugar de articular un modelo plurinacional como hicieron otros países (Reino Unido o Suiza, pero no Bélgica y ahora lo está pagando) se reforzó el centralismo y se instaló un conflicto larvado permanente especialmente entre el Estado y Catalunya, con brotes periódicos de conflicto abierto. El Estado de las Autonomías en vez de resolver el problema lo ha hecho más complicado pues ahora una relación especial con Catalunya, simplemente por ser un caso distinto del resto, es visto por la clase política española y por parte de la opinión pública como un privilegio. Para hacerlo todo más difícil los medios españolistas y sectores importantes de la clase política (del PP, UPD y una parte del PSOE) han promovido campañas del peor populismo contra Catalunya y sus aspiraciones de autogobierno.
Nos encontramos en un caso de encuentro siniestro entre el españolismo rancio y viejo conservadurismo autoritario y los intereses de la clase política aliada al capitalismo especulativo postmoderno. La ideología patriotera, la “marca España”, legitima la ocupación del Estado por parte de la clase política centralista. Y el Estado se pone al servicio, con corrupción incluida, a la nueva economía, que no es la del conocimiento y la de la liberación de los individuos como proclaman los pensadores postmodernistas y los teóricos de la comunicación, sino que es la economía que convierte todo en mercancía, del todo vale para hacer que el dinero produzca dinero (lo cual acaba siendo la reducción de la masa salarial). Se multiplican las desigualdades, se generan grandes bolsas de pobreza y se condena a gran parte de las jóvenes generaciones a no tener ni pensar futuro. Las cúpulas de los partidos gobernantes, PP y PSOE, unos por ser sicarios conscientes del capitalismo especulativo, otros por no saber hacer otra cosa y para mantenerse en la nómina del Estado, necesitaban una ideología para ocupar el poder y han encontrado una solución retrógrada maquillada de modernidad: el anacrónico españolismo combinado por el neoliberalismo individualista. Y para completar la operación se utiliza la reivindicación de autogoboerno de Catalunya como coartada y derivación del malestar de los ciudadanos españoles. Se caricaturiza el movimiento popular catalán de insolidario y anacrónico para vestirse de ropajes generosos y modernos. Como escribieron en otros tiempos Bernal y Sacristán se trata de una alianza impía (4). En este caso entre el conservadurismo más viejo y reaccionario y la supuesta postmodernidad del todo mercancía.
6. El fantasma catalán construido por el españolismo
No deja de ser curioso que la crítica españolista de los modernos demócratas liberales o progresistas hacia el movimiento popular catalán sea acusado de dominado por la derecha conservadora, de populismo demagógico, de atentar contra el Estado de derecho, de totalitarismo político-mediático y de pretender generar el caos y el disturbio en la política española. Una parte de la derecha política y social catalana está por convicción o por oportunismo a favor del derecho a decidir, mucho menos asume el independentismo. Pero no posee precisamente el liderazgo del movimiento popular. El presidente Mas, un político centrista moderado que reclama “estructuras de Estado”, no independencia, no impulsa este movimiento que posee una dinámica propia. Él y su partido, Convergencia coquetean con el independentismo, intentan orientarlo hacia la negociación con el Estado, de vez en cuando se apuntan a iniciativas movilizadoras de facto independentistas como instrumento de presión sobre el gobierno español y para no perder pie dentro del movimiento. Su aliado Unió (en la coalición CiU) se sitúa en la tercera vía: un pacto basado en un estatuto específico. La crítica, bastante frecuente en los medios progresistas españoles, de que una parte importante de la izquierda catalana va a remolque de la derecha es porque ignora el carácter, las dinámicas políticas y los sectores sociales del movimiento por el derecho a decidir de base muy amplia y heterogénea.. Ni todos son independentistas (aunque cada día aumentan) ni mucho menos son o apoyan a los partidos conservadores catalanes. Una parte vota CiU, pero muchos más ERC o los partidos de izquierdas. Como ya hemos dicho en el movimiento por el derecho a decidir están muy presentes las reivindicaciones socio-económicas y de reforma radical de las instituciones políticas.
El centrismo catalán, que aplica las políticas propias socioeconómicas del neoliberalismo como el PP, va a encontrarse muy pronto ante un dilema difícil que puede debilitarle considerablemente. O bien consigue un acuerdo con el gobierno del PP para hacer la consulta en el 2014 o antes de las elecciones del 2016 o bien se planteará unas elecciones plebiscitarias. En el primer caso es muy improbable que consiga hacer la consulta legalizada por el Estado, no hay ningún indicio que ésto sea viable. El gobierno español apuesta por debilitar a Mas y a CiU. Si opta por las elecciones plebiscitarias, sospecho que es la opción que más o menos ya lo han asumido, la ruptura con ERC es muy probable. Si no fuera así la ruptura sería dentro de ERC y en todo caso el Govern de la Generalitat se distanciarí mucho de gran parte de la Asamblea Nacional catalana, convocante de las “diades” y expresión pública del movimiento aunque solo representa a una parte del mismo. En esta caso las izquierdas adquirirán un mucho mayor protagonismo en el movimiento. Solamente si las fuerzas políticas en su conjunto, las que están en el movimiento por el derecho a decidir, optan por una elecciones plebiscitarias, resucitarían a Mas y a CiU. Sería un suicidio.
El “populismo” que se atribuye al discurso independentista puede resultar a veces demagógico, con frecuencia ingenuo, lo convierte en mito movilizador, genera ilusiones exageradas pero su lógica es más de progreso que de reacción. El populismo intelectual de los opinadores mediáticos o de los lideres políticos españoles, teñido de españolismo anacrónico, tiene distintas versiones, el más educadp como el que practican muchos opinadores de El País o el más agresivo propio de la FAES, la COPE o Intereconomía, que es un populismo primario propio de la caverna madrileña o de la brutalidad de los líderes extremeños. Comparados con estos populismos e catalán es muy civilizado y progresista. Por cierto toda la vida política esta más o menos teñida de populismo y los hay en la derecha y en la izquierda, a veces ha sido conservador o reaccionario y otras ha sido democrático y progresista.
El atentado al Estado de derecho es una acusación generalizada de la derecha, de los intelectuales liberales y progresistas, del PSOE y sus entornos. ¿Atentar al Estado de derecho es promover una consulta no vinculante a los ciudadanos sobre su futuro? Si la base de la acusación es la Constitución el atentado está en el texto constitucional, que por cierto se hizo bajo la presión de los militares franquistas y de la monarquía. ¿O a caso el absurdo artículo sobre la “indisolubilidad de la unidad de España” o atribuir a las Fuerzas Armadas la función de garantizarla al margen del Gobierno y de las Cortes es propio del un Estado democrático?. Por lo demás legalizar la consulta se puede hacer de muchas formas: reformar la Constitución, aprobar una ley de consultas a nivel español o no recurrir una ley catalana, delegar la competencia del Gobierno al Gobierno o al Parlamento catalanes. Simplemente la voluntad política del gobierno español, apoyado por el PSOE, es no querer la consulta pues no puede tolerar que un sujeto político colectivo como es el pueblo catalán se exprese libremente, por afán de monopolizar el poder y por su ideología heredada de la unidad de destino de España. Los intelectuales mediáticos que se escandalizan, como el señor Vargas Llosa en EL País del 22 de septiembre, del intento de vulnerar el Estado de derecho deberían mirar a la capital del Estado no a Catalunya. ¿Han denunciado los múltiples atentados a la Constitución como la reforma laboral o el apoyo a los bancos en contra del derecho a la vivienda? El marco jurídico actual ofrece distintas posibilidades para que se pueda realizar la consulta legalmente. Nos encontramos ante un problema político, no jurídico. Y la posición política del gobierno, del PP y del PSOE es profundamente antidemocrática con resabios franquistas y tendencias próximas al totalitarismo.político-jurídico.
En cuanto al totalitarismo político-mediático que según los medios de la capital domina hoy el escenario político catalán es una acusación que debe compararse con lo que ocurre en el conjunto de los medios de comunicación españoles y su relación con el poder político y económico. Es cierto que el gobierno catalán y los medios públicos que de él dependen priorizan las iniciativas y opiniones favorables al “derecho a decidir” que por cierto corresponde al sentir de una gran mayoría de la ciudadanía (5) pero TV3 y el conjunto de canales catalanes públicos están por debajo del 20 % de telespectadores mientras que el 80% corresponde a TV5, TV1, Antena 3, TV2, La Sexta, etc, es decir televisiones de ámbito estatal y nada proclives al “independentismo”.En la radio hay más equilibrio pues Catalunya Radio (pública) y RACC1(privada) están en cabeza seguidas de la SER y la COPE. Los diarios “locales” en castellano o bien tienen posiciones intermedias (La Vanguardia, El Periódico) o bien son periódicos estatales (El País, El Mundo) en los que predominan las posiciones cercanas a los partidos de ámbito estatal (PP y PSOE). Por otra parte hay que tener en cuenta que las noticias las generan las manifestaciones y debates de la mayoría política y social. Si que se podría criticar a los medios, sea cual sea su orientación, el haberse concentrado en la temática España-Catalunya y han dejado de lado las informaciones sobre los conflictos sociales, la multiplicación de plataformas y múltiples otras formas de movilización, de protestas y de proposición de alternativas.
La teoría del caos es del gusto de los profetas malditos. Parten de una suposición sin base empírica ni lógica o de un deseo perverso, Nos advierten que la movilización por el derecho a ser consultado, el mero hecho de la consulta provocaría una catástrofe en Catalunya, que lógicamente se agravaría si ello derivara más tarde en independencia. Es probablemente la teoría más absurda y gratuita de todas, o la más perversa. ¿Hay guerra entre castellanos y catalanes? ¿Los políticos y opinadotes mediáticos saben que entre los manifestantes de los 11 de septiembre hay muchos catalanes que hablan castellano, que nacieron en otras partes de España o son hijos o nietos de inmigrantes? ¿Los críticos de izquierda a este movimiento, al que con frecuencia tachan de conservador o reaccionario, saben que CCOO y UGT lo apoyan y que se movilizan tanto los barrios populares como los de sectores medios, así como los herederos del PSUC, es decir Iniciativa y Izquierda Unida? ¿A caso las grandes movilizaciones con más de un millón de personas en la calle han generado violencias, enfrentamientos, miedos? ¿Sobre que bases personalidades que pretenden situarse por encima del bien y del mal se atreven a anunciar que si el proceso destinado a ejercer el “derecho a decidir” (autodeterminación) continúa se creará una fractura que tardará 30 o 40 años en superarse? Si es una predicción es gratuita, si es una amenaza es repugnante y si se pretende provocar acciones que intenten generar fracturas en la sociedad es una maldad.
7. En busca de la izquierda perdida
En Catalunya creo que mucha gente de izquierdas es consciente que existe una izquierda española, más abierta entre militantes y electores que en las cúpulas políticas e intelectuales, mas presente en la sociedad que en las instituciones, más dialogante en los sectores culturales que entre los cargos públicos. Es muy difícil esperar la mínima comprensión para dialogar con los actuales dirigentes del PSOE puesto que niegan el derecho de los interlocutores catalanes (sean de partidos, sindicatos o movimientos sociales) a ser lo que son, representantes de un pueblo que manifiesta voluntades colectivas. Pero no todo se reduce a muertos vivientes, en el conjunto de España hay fuerzas sociales e intelectuales que expresan una sociedad, una parte de ella, que aspira a encontrar un camino a la izquierda. Véanse por ejemplo el rechazo de las políticas económicas del gobierno actual y del anterior, la extensión por el territorio del movimiento de los indignados o colectivos similares, las tomas de posición de los sectores culturales frente a la crisis y contra la degeneración democrática, el crecimiento de Izquierda Unida, etc. El PP, UDyP y en parte el PSOE excitan un populismo rastrero contra “los catalanes”, intentando desviar la reacción social, por sus políticas antipopulares unos, por electoralismo otros y por españolismo rancio todos. Se trata de una guerra sucia larvada que puede derivar un tragedia. Los aprendices de brujos anuncian una casi irremediable “fractura” para provocarla. Es la profecía del autocumplimiento. Pero hay una alternativa de izquierdas ante el conflicto actual España-Catalunya.
El movimiento popular catalán es una fuerza que cuestiona el régimen político español, la Monarquía, los aparatos del Estado en gran parte contaminados de “franquismo”, los privilegios y influencia sobre los gobiernos de la cúpula de la Iglesia, las oligarquías políticas que se han alternado en el Reino de España y han creado una imagen de corrupción generalizada, las políticas neoliberales que enriquecen a un 1% en detrimento del 99%, la sumisión del Estado al gran capital financiero y la colusión entre las cúpulas económicas y las instituciones y dirigencias políticas, etc. Es lógico que desde la izquierda española se desconfíe del gobierno de CiU por sus ideas neoliberales y sus vínculos económicos. Pero ya hemos expuesto que el movimiento popular catalán solamente en parte y muy precariamente lo lideran CiU y ERC. Ésta última es la fuerza que por ahora obtiene más réditos electorales y su base social y electoral tiende más a la izquierda que al centro. La tendencia de CiU a pactar con el gobierno del PP la alejará con gran parte del movimiento popular.
En él movimiento popular catalán se incluye un extenso tejido socio-político en gran parte de izquierdas al que ya nos hemos referido. Los movimientos sociales en auge, los sindicatos de trabajadores, las entidades profesionales y culturales, las oenegés y colectivos alternativos, las asociaciones de pequeños empresarios y de cooperativistas, las organizaciones y plataformas en unos casos independentistas, como el Proceso constituyente o no independentistas pero si por el derecho a decidir, como el Frente Cívico, de base en gran parte obrera en la que conviven generaciones veteranas y jóvenes, etc. Es un movimiento que desborda ampliamente a los partidos de izquierda, aunque los incluye: los postcomunistas de ICV-EUiA, los independentistas de los CUPs, una parte de la militancia y electorado socialista. Podemos lamentar que el “independentismo” haya integrado y hasta cierto punto ocultado las reivindicaciones sociales, pero éstas están presentas y vivas en el movimiento popular. Por otra parte el movimiento independentista en su conjunto pone en cuestión el régimen político actual y agudiza su crisis, tanto del modelo político conservador como del ideario reaccionario sobre España. Algo que las izquierdas catalanas debieran compartir con las izquierdas españolas.
También es cierto que hay sectores de izquierda que no están en el movimiento, son minorías, una parte de la militancia y el electorado socialista, sectores radicalmente clasistas y conciben de forma estricta el conflicto social entre capitalistas y proletarios y el federalismo difuso que aparece no como una tercera vía sino más bien como una hipótesis teórica que por ahora no encuentra más apoyo que algunos colectivos bienintencionados entre profesionales, universitarios y algunos sindicalistas. Ni es una reivindicación arraigada en el pueblo catalán que siente ahora en su mayoría una gran desconfianza en el Estado español ni forma parte del ADN de la cultura política española dominante, que comparten PP y PSOE. La debilidad de la izquierda sin embargo no está en la base social del movimiento popular, ni en los sectores de izquierda que están al margen o en contra de aquel. Está en las fuerzas políticas catalanas.
¿Es posible situar el PSC en el ámbito de la izquierda y en el movimiento popular catalán? El PSC tiene raíces en la izquierda tanto marxista como social-liberal. Y la mayoría de su núcleo fundacional en los años 70 procedía de la tradición socialdemócrata de izquierdas y del catalanismo favorable a la autodeterminación y a un federalismo avanzado. Pero el partido se instaló en las instituciones, se generó una casta de recién llegados que encontraron en los cargos públicos y sus entornos su modo de vida y se encontraron con dos líderes que les garantizaban los votos. Uno fue Maragall, que arrasaba en Barcelona y su prestigio irradió progresivamente en toda Catalunya, recibía apoyos diversos, el catalanismo de izquierda, parte de los votantes del PSUC (a partir de la crisis de 1981) y de la extrema izquierda, de sectores medios urbanos barceloneses especialmente. El otro era Felipe González que representaba la izquierda posible en la España de la transición y tenía un especial predicamento entre los sectores populares y medios de origen no catalán. El partido de Maragall se ha diluido y el arrastre político de los personajes más o menos próximos a él son prácticamente marginales en el partido y excepto algunos casos locales, tampoco poseen patrimonio electoral. El prestigio de Felipe González forma parte del pasado y sus declaraciones españolistas no convencen a una parte de los votantes socialistas. El PSC ahora está demasiado supeditado al PSOE para tener una participación activa en el movimiento popular catalán pero tampoco está del todo en contra. Defiende la consulta en unos términos tan restrictivos (que sea legal según lo interpreta el gobierno español para que no haya consulta) que quiere aparecer como equidistante pero en la realidad política se coloca sin querer en fuera de juego y puede ser arrastrado hacia el PP y Ciutadans que le hacen llamadas explícitas. Hay un voto PSOE no despreciable en Catalunya pero va de baja, unos por su evidente anticatalanismo y otros por su corresponsabilidad en la crisis y en las políticas posteriores. En resumen el socialismo es el hombre enfermo de la política catalana. Ni carne ni pescado la ballena, es decir la ciudadanía, es posible que el PSC sea expulsado a la marginalidad o se encuentre atado a un pacto fraudulento entre PP y PSOE, Sería una nueva versión de café para todos revestido por una cierta retórica federalizante mientras la oligarquía política española sea lo que es.
El otro partido de izquierda (en realidad son varios partidos) con una presencia significativa en el ámbito institucional es la coalición Iniciativa-Esquerra Unida y Alternativa. Iniciativa, el partido más fuerte entre los herederos del PSUC, se destiñó de rojo para aparecer más verde y seguramente lo consiguió en exceso. Pero su práctica y su imagen tienden a recuperar un tinte más rojizo lo cual la acerca a sus socios de coalición y a una parte importante de lo que se mueve a la izquierda de los socialistas y a sectores desilusionados del PSC. La coalición ICV-EUiA tiende a recuperar el discurso y la práctica a lo que fue el PSUC de los años 60 y 70. Está claramente en el campo de defender la consulta, el derecho a decidir, pero no se pronuncian sobre la independencia. Una parte de sus dirigentes, militantes y electores la defiende, otros plantean una salida más similar a un federalismo “asimétrico”, es decir con un status específico para Catalunya. Pero la cuestión hoy es independencia si o no, pueden cambiar los términos pero ahora el discurso independentista es claramente hegemónico. Si no se posicionan entre estas dos alternativas, que son las que están en la calle y en la opinión pública, cada día se encontraran también en tierra de nadie. Por ahora su posición firme en defensa de la consulta sobre el derecho a decir lo mantiene en el movimiento pero a remolque del mismo. Hay razones para optar a favor de la independencia hoy.
El movimiento popular independentista es la única opción a la que el régimen español un momento u otro deberá reaccionar. Le obliga a actuar y sea cual sea su respuesta le debilitará, puesto que opte por la represión o por la cesión se condenará. Sus silencios despreciativos; sus amenazas barriobajeras; su discurso anacrónico propio del españolismo franquista; su incapacidad para presentar ofertas que obliguen al diálogo y a la negociación; su incomprensión de que para las opiniones públicas de las democracias liberales la consulta, la opinión de los ciudadanos sobre el futuro que desean, es considerado un derecho democrático elemental. Esté cúmulo de perversidad, ignorancia, incompetencia transmite indignación moral, cansancio histórico y deseo de cambio radical.
Las izquierdas catalanas y españolas deberían acercarse a un escenario común, respetando el derecho de unos a reclamar el derecho a la independencia y el de los otros a proponer un pacto que reconozca un autogobierno real en un marco político pactado. Se trata de convertir algo que ahora perturba a las izquierdas de uno y otro lado en una oportunidad histórica de cambiar un régimen político podrido y al mismo tiempo establecer una relación positiva entre Catalunya y el Estado español, que puede ser la independencia, la relación confederal o un federalismo sui géneris que reconozca un status específico de autogobierno a Catalunya. En el corto plazo sería ya un avance un “pacto de no agresión” y promover dinámicas paralalelas contra el gobierno del PP, alternativas económicas y sociales, propuestas de reforma política propias de la democracia a todos los niveles, iniciativas culturales, denuncia de la corrupción, cuestionamiento de la monarquía, etc.
Por este camino las dinámicas paralelas pueden ser convergentes.
Para lo cual es necesario construir una fuerza política en Catalunya que sea una alternativa no al movimiento popular sino al liderazgo de CiU con el apoyo de ERC. En este sentido Iniciativa y Ezquerra Unida y Alternativa tienen una responsabilidad especial. Pueden a la vez atraer a sectores socialistas e incluso del área de Convergencia y de ERC (si continua pegada a CiU) y ser un referente político para el magma de plataformas y colectivos que son gran parte del activismo dentro del movimiento popular: los movimientos y organizaciones sociales y sindicales, el Frente Cïvico, el Proceso constituyente, el Parlamento ciudadano, etc. Lógicamente las CUPs deberían aliarse con este bloque y ERC también. No se puede dialogar con la izquierda española si no se tiene una cierta posición de fuerza dentro del movimiento popular catalán.
¿Y los federalistas de izquierdas catalanes? Hay que reconocer que fueron los primeros en apuntarse a una “tercera vía” que luego han seguido, cada uno a su manera, Durán Lleida y Sánchez Camacho. Nuestros federalistas locales tienen la buena intención de evitar conflictos y buscar entre todos salidas razonables. Olvidan que en política se crea un escenario de negociación razonable si previamente se ha generado una relación de fuerzas que impele a las partes a negociar. Ellos no tienen fuerza detrás ni delante. En Catalunya la única fuerza que tiene una propuesta política confrontada con el gobierno español es el movimiento por el derecho a decidir y la independencia (si no hay otra salida que no sea el status actual). Para mayor frustración de los federalistas ni el gobierno ni los principales partidos estatales no son ni quieren ser federalistas (PSOE incluido como se demostró en su manifiesto de Granada). El federalismo es hoy una posición intelectual que trataremos en el punto siguiente, sobre las ideologías y las confusiones de lenguaje. Por ahora reúne a simpáticos cani sciolti de la política que no encuentran muchos receptores.
¿Pero dónde está la izquierda española con la cual dialogar? El PSOE y sus entornos existen pero son muy poco de izquierdas, muy conservadores del régimen actual a la espera de que les toque por turno volver al gobierno y no son capaces ni de dialogar seriamente con su partido hermano en Catalunya, el PSC. No aceptan la consulta, no reconocen capacidad al pueblo catalán para expresar sus aspiraciones y obviamente no aceptan la posibilidad de su independencia. Sin embargo es precisamente plantear la opción independentista es el factor que genera un escenario de diálogo. Es como una huelga, sin este derecho no hay negociación con la patronal. Plantear la independencia con un fuerte apoyo social es la única forma de negociar una relación nueva entre Catalunya y el Estado español. Hoy por hoy las cúpulas del PSOE comparten con la derecha (PP y UPD) una concepción del Estado unitarista, uniformista y centralista que no deja espacio a la negociación de un status diferenciado y un alto nivel de autogobierno de Catalunya. ¿Y el federalismo? Nunca el PSOE ha planteado un federalismo por mucho que la palabra salga en sus documentos y nunca ha aceptado la especificidad de Catalunya.
Existe Izquierda Unida que apoya claramente el derecho a la autodeterminación pero rechaza la independencia. Es una posición más abierta, permite negociar, pero sus posiciones clasistas básicas (ricos-pobres, capitalistas-trabajadores, oligarquía-pueblo) están muy en primer plano y no le permiten ver todo el potencial transformador del movimiento popular catalán. El cual coincide en gran parte con sus posiciones: acabar con el actual régimen político español, promover modelos económico-sociales alternativos, reconocer la plurinacionalidad de España. Es comprensible que no sean “independentistas catalanes” pero esperemos que acepten esta posibilidad si así lo quiere el pueblo catalán. En todo caso es significativo que la dirección de IU, por medio de Cayo Lara, haya expresado su total apoyo al derecho a decidir como lo es también la proclamación por parte del líder del Sindicato andaluz de los trabajadores, Diego Cañamero, del derecho de los catalanes a ser independientes.
Obviamente hay un vasto tejido socio-político y cultural en España. Progresista y en parte en activo o potencialmente de izquierdas, diverso, con actitudes contradictorias oen todo caso heterogéneo. Pero que en general no entiende y no le interesa demasiado el caso catalán, lo ven como una postura arrogante o egoísta, consideran el movimiento popular como una operación manipuladora de la derecha catalana. Pero gran parte de los factores y motivos que han generado el movimiento popular catalán son los mismos que indignan a gran parte de los ciudadanos españoles. No parece una tarea imposible que cristalice una movilización social en España cuyos objetivos coincidan en gran parte con los del movimiento catalán como hemos ya citado: la Monarquía, la Constitución, la regeneración de la política, las políticas económicas, los privilegios de la Iglesia y la misma idea reaccionaria de España. Para lo cual debiera, sin embargo, que en este proceso se constituyera una fuerza o bloque político que articule este magma socio-político ahora muy fragmentado.
En resumen. Tenemos el problema en España, en su régimen político y en la mala idea propia de la España vieja y reaccionaria que contamina a la cultura política española. El movimiento popular catalán es un síntoma del problema y puede ser una parte de la solución. Su existencia y desarrollo pueden contribuir bastante a acabar con el actual régimen siempre que en el conjunto de España se desarrollen dinámicas similares. La mala idea de España agoniza, es decir lucha por vivir, por hacernos malvivir a todos. No acabaremos con el régimen político español, condición previa para una segunda transición, sin dar la batalla cultural contra la idea de España que subyace en el pensamiento y la política que nos ha llevado a la degeneración de la democracia. Una vez más corresponde como siempre a las izquierdas y a las clases populares estar al frente del combate por una recuperación del proceso democrático. La solución para Cataluña es parte de la solución para Espanya. Tenemos que entendernos.
(1) Antonio Machado, Campos de Castilla (1917)
(2) La información y el análisis de los resultados electorales de los medios, de los políticos e incluso de muchos “expertos” fue conscientemente errónea y manipuladora. Citemos un caso reciente. La revista la Letra internacional que está en manos del sector intelectual del PSOE (Salvador Clotas, Ludolfo Paramio, etc) publica (octubre 2013) un trabajo de un profesor de Lovaina, el señor Cordero, que da como verdad indiscutible “el descalabro del catalanismo”. Es cierto que CiU perdió votos y diputados pero fue el partido más votado y obtuvo el doble de votos del segundo partido en votos, ERC, independentista. El voto catalanista de la izquierda también aumentó (Iniciativa-Izquierda Unida que por cierto ni se cita) y las Cups por primera vez se presentaron y tuvieron un resultado positivo. El bloque por el “derecho a decidir creció (dos tercios de la Cámara) que aumenta si contamos con el voto socialista catalán que también defiende la consulta.
(3) El presidente Súarez, en plena transición, le propuso a Pujol, presidente de la Generalitat, un concierto similar al vasco pero el líder de CiU no consideró conveniente iniciar la construcción de la autonomía recaudando. Un error, en estos temas como diría Woody Allen “agarra el dinero y corre”.
(4) “Alianza impía” es el título de un artículo de Manuel Sacristán en la revista del sector intelectual del PSUC Nous Horitzons nº 2 1960. En este caso se refiere a la alianza entre la metafísica del catolicismo postconcilio de Trento y el positivismo y relativismo de la burguesía capitalista. La razón de la alianza era el combate contra el marxismo.
(5) La líder catalana del PP repite constantemente que representa a la mayoría, eso sí silenciosa. Pero los votos que reciben ella y las fuerzas políticas contrarias a la consulta y a la independencia no representan más del 20% y no todos sus votantes están contra la consulta. Y recientemente esta supuesta mayoría se ha concentrado en la Plaza Catalunya el 12 de octubre “por la unidad de España”. Ha reunido como máximo dos o tres decenas de miles de personas. Aunque fueran 100.000 como dice la agresiva delegada del gobierno español no llegarían al 6 o7% de los manifestantes de la “via catalana” del pasado 11 de setiembre. Y este día la señora Sánchez Camacho volvió a repetir que eran “ma
No pretendemos reducir los conflictos al lenguaje, nuestro oficio no es filosofar. Pero las palabras no son neutras ni unívocas. Pueden servir como armas arrojadizas o como medios para entenderse, Con frecuencia la misma palabra puede tener significados distintos para cada uno de las actores que se confrontan agravado por el uso de conceptos que conocemos mal. Todo lo cual contribuye a generar confusiones, agudizar conflictos, crear expectativas improbables, mezclar realidades con mitos, excitar pulsiones de animadversiones colectivas, apostar por las pasiones más irracionales y negativas.
En la actual situación de España y de Catalunya es una tarea necesaria por lo menos por parte de los intelectuales en sentido gramsciano. Son lo que intentan abarcar más allá de su especialidad y situación concretas y que vinculan la reflexión a la práctica social y política transformadora. Apuntamos algunos conceptos que o bien es mejor evitarlos o bien se deben precisar de tal forma que no dejen lugar a equívocos.
II
1. La consulta y el derecho a decidir
Un debate confuso pero como en el chalaneo gitano todos mienten y nadie se engaña. El nacionalismo catalán es consciente de que la consulta se planteó con un implícito: independencia si o no. Por razones tácticas era lógico que así fuera. Por una parte podía movilizar a una mayoría de la ciudadanía, fueran independentistas o querían cambiar el tipo de relación con el Estado central o consideraban que ser consultados era un derecho que un Estado democrática debe reconocer. Se movilizaron los independentistas, los indignados por la sentencia del Tribunal Constitucional y por las campañas anticatalanas, los afectados por la crisis convencidos que un gobierno autonómico más fuerte o independiente sería más sensible a sus presiones, etc. Por otra ponía en una situación difícil al gobierno español. Una consulta no vinculante para que la ciudadanía exprese una opinión, un estado de ánimo o una aspiración a un futuro mejor es muy difícil negar su legitimidad en una democracia. Aunque una vez más constatamos que el Estado actual en el mejor de los casos es una democracia a medias.
La independencia nunca ha sido el objetivo del gobierno CiU, ni de los principales poderes económicos, ni de una parte importante de su electorado. El Govern de la Generalitat se subió en la ola, hay que decir en algunos casos con gusto, pero es significativo que su presidente nunca haya pronunciado la palabra “independencia” y su socio, Durán Lleida, si que lo ha hecho pero para decir que es totalmente contrario. La hipótesis lógica que se deriva del comportamiento de la Generalitat era elaborar una pregunta formulada de tal forma que fuera aceptada por el Gobierno español. Por lo tanto era inevitable no explicitar la opción independentista. El concepto más adecuado hubiera podido ser el de “autodeterminación”, que había sido bandera de los partidos democráticos durante la resistencia antifranquista. Se adujeron argumentos jurídicos internacionales que consideraban que la autodeterminación era propia de países que se liberaban, o lo pretendían, de la sumisión a una potencia colonialista. Un argumento muy poco consistente. El caso es que el “derecho a decidir” ha quedado como antesala al de independencia y que permite un uso polisémico, cada uno pone lo que más le gusta: independencia o otras alternativas distintas como “estructuras de Estado”, confederación, federalismo con un status especifico, fiscalidad propia tipo concierto económico, proyección internacional, competencias fuerte en política lingüística y cultural independientes, etc. Es decir al abanico de la negociación con el Estado era muy amplio.
El gobierno español ha demostrado una nula disposición a entablar un diálogo y cuanta más se expresaba la mayor movilización política y social en Catalunya más rotunda era la negativa. Es difícil encontrar un gobierno como el español que sea tan ignorante, brutal , débil, provocador y fantasmagórico. En consecuencia el movimiento popular catalán se ha radicalizado y la independencia es hoy el concepto más presente en las movilizaciones sociales y que en pocos años a más que duplicado el contingente independentista que representa ya más del 50% de la ciudadanía.
La consulta como ejercicio del “derecho a decidir se ha convertido en un passe partout, una caja de sorpresas con un envoltorio llamado “independencia” muy movilizador. Para el gobierno de CiU estaba destinado a abrir un proceso de negociación que reforzara el autogobierno y estableciera una relación bilateral con el gobierno español pero no la independencia. El pacto con ERC es un matrimonio de conveniencia. A CiU le garantiza la mayoría parlamentaria y el feeling con el independentismo. ERC por su parte consolida un aparente liderazgo político del independentismo y le confiere una imagen de partido institucional. Su trayectoria errática desde la transición hacia difícil hasta ahora tomárselo en serio.
El gobierno español tenía muy fácil hacer bajar el suflé independentista. Aceptar a la vez la consulta y abrir el diálogo con el Govern catalán. Bastaba redactar la pregunta que incluyera una opción intermedia entre la situación actual y la independencia. CiU y ERC tendrían crisis internas y probablemente su alianza actual se rompería. La consulta no daría una mayoría absoluta de independentismo, es posible incluso que la “tercera vía” fuese la opción más votada. El movimiento popular actual se dividiría y se debilitaría. Siempre que el diálogo ofreciera un nuevo y específico estatuto a Catalunya. Sin embargo el gobierno del PP no ha abierto ninguna puerta de diálogo real, no admite ninguna consulta y por el contrario tiende a recentralizar el Estado. No busca un acuerdo, lo que quiere es radicalizar el movimiento actual y así dividirlo e imponer al sector moderado del catalanismo algunas reformas más parecidas al café para todos que a los sueños federalistas, fueran simétricos o asimétricos. El presidente Mas, al no abrirse un proceso negociador que incluyera convocar una consulta legal se ha quedado colgado del pincel. Debe optar entre acercarse mucho a las posiciones de Duran Lleida, lo cual le debilita a él y a CiU a favor de ERC, o plantear un escenario de ruptura como se deduce de sus discursos más épicos, en cuyo caso sería más apoyado por ERC que por su partido. Esta opción, poco probable, podría darse si estuviera habitado por el síndrome del General Della Rovere.
2. ¿Quién teme a la consulta feroz?
Escribo desde Catalunya y percibo en la inmensa mayoría de la gente una cierta perplejidad. ¿Cómo puede prohibirse que se haga una consulta a los ciudadanos? Respuesta oficial: no es legal. ¿En una democracia, con derecho a votar representantes y con libertad de expresión, cuando la mayoría de los cargos electos y un sinfín de instituciones y organizaciones sociales de todo tipo promueven la consulta y un millón y medio de personas sale a la calle para exigirlo (más del 20% del total de la población, la mitad de los ciudadanos con derecho a votar) cómo puede prohibirse una consulta que no tiene efectos jurídicos ni obliga a ninguna autoridad política a someterse al resultado? Es evidente que la respuesta “legalista” no vale. Hay diversas soluciones posibles para “legalizar” la consulta. como han demostrado constitucionalistas españoles, no solo catalanes. Se puede aprobar una ley española de consultas no vinculantes que legalice una consulta como la que se propone en Catalunya. El gobierno puede delegar su competencia al Parlament de Catalunya para organizar la consulta. O no recurrir una ley de consultas catalana. O se puede modificar en 24 horas la Constitución si se quiere ser muy perfeccionista y que no se diga que lo que puede conseguir con un teléfono la señora Merkel, por medio de uno de sus ayudantes, no lo puede conseguir la mayoría de un pueblo. Resulta incomprensible que se recurra al respeto del Estado de derecho y a la Constitución cuando los gobiernos españoles y el Tribunal Constitucional (TC) lo han conculcado sistemáticamente: la reforma laboral, las privatizaciones y recortes de servicios básicos protegidos por la propia Constitución, la sumisión al capital financiero en detrimento de un derecho constitucional como es el derecho a la vivienda, la interpretación perversa del texto constitucional en detrimento de las autonomías (recuerden la sentencia “interpretativa” del TC, etc. Y no volveremos a las circunstancias en que se elaboró la misma Constitución bajo presiones de fuerzas antidemocráticas como ya hemos expuesto anteriormente.
Es evidente que la cuestión de la consulta no genera un problema jurídico insoluble. La razón democrática, expresada en los principios básicos de las Cartas internacionales de derechos y en la misma Constitución priorizan la voluntad popular de los ciudadanos o de sus representantes sobre una norma específica sujeta a ser interpretada de forma diversa. Se trata de hacer viable un derecho tan elemental como el ser consultado. Puede aducirse que en caso de consulta todos los ciudadanos españoles deben ser consultados ¿Por qué no todos los ciudadanos europeos? Resulta surrealista y difícil de creer que personalidades de alto nivel político defiendan este criterio. ¿Hay que consultar a los vascos, extremeños, canarios, andaluces, etcétera, sobre el futuro de Catalunya al que aspiran los ciudadanos catalanes? Es un argumento más propio de la Iglesia católica más reaccionaria. La conferencia episcopal pretende regular las relaciones sexuales del conjunto de los ciudadanos, quienes se pueden casar o no por la ley civil y que pueden hacer o no pueden hacer las mujeres en relación al aborto o el control de natalidad. Hay distinguidos personajes, sean de Madrid o de Sevilla, que se consideran con derecho a intervenir en la consulta catalana. Mejor harían consultarse a si mismos sobre la ética de multiplicar ingresos públicos y privados aprovechando situaciones de privilegio y de impunidad.
En fin mejor no engañarnos sobre un obstáculo jurídico que podría superar cualquier jurista mediano. De lo que se trata es de la suma de tres (perversas) ideas. Primero: la concepción metafísica de la España única e indisoluble, propia de la ideología tradicionalista más reaccionaria. Segundo: el afán de monopolizar el poder del Estado por parte de una oligarquía política que incluye a la derecha y al PSOE. Y tercero: la pretensión de someter al pueblo catalán porque esta oligarquía y una parte muy importante de los medios de comunicación, y de algunos sectores de la ciudadanía en especial funcionarios e intelectuales, no soportan la “diferencia”, insecuriza su arrogancia y consideran Catalunya tierra de conquista. Para ellos “Catalunya no es realmente española” pero es de su propiedad.
El gobierno español ha optado por negar la consulta como una estrategia derivada y apoyada por una parte de la sociedad española por los factores expuestos. Pero hay algo más. En la actual crisis es muy útil manipular el “problema catalán” para trasladar el malestar a un enemigo “exterior”, un chivo expiatorio. Es un gobierno impotente ante la crisis, sometido a los bancos y grandes grupos económicos, es débil en el ámbito internacional y al frente actúa un fantasma afásico y sus impresentables ministros. En este caso, con todos los aparatos del Estado en sus manos quieren demostrarse fuertes.. El jefe del gobierno con sus silencios que pretenden ser despreciativos y simplemente son una demostración de incapacidad absoluta par el cargo.. Los segundos mediante la provocación sistemática, como Wert, Montoro, la vicepresidenta, los barones regionales y algunos destacados líderes socialistas más brutos como la presidenta de Andalucía y los líderes extremeños. Los socialistas extremeños nos recuerdan la obra de Muñoz Seca “los extremeños se tocan” pues difícilmente se pueden distinguir los del PSOE de los del PP, por lo menos en relación a Catalunya.
Es una estrategia peligrosa, no ofrece ninguna vía de negociación, ninguna oferta sobre los temas conflictivos, renuncia a buscar una fórmula para que se celebre una consulta, promueve campañas mediáticas anticatalanas, estimula (por ahora con nulo éxito) la fractura de la sociedad catalana. Por este camino solo se puede desembocar en una radicalización de la tensión existente. Es probable que este sea el objetivo, radicalizar el sentimiento independentista para aplastarlo con la violencia del Estado. ¿Tan fácil sería, en el actual marco europeo, aplastar a la gran mayoría de un pueblo que se expresa pacíficamente? ¿A dónde nos lleva esta política de negar la realidad catalana, su autogobierno, su predisposición a mantener lazos con el Estado español pero no como ahora? ¿Cuál ha sido el resultado del manejo centralista y negativo para Catalunya de los gobiernos que se han sucedido especialmente desde principios de este siglo? En los años 80 el independentismo no alcanzaba el 15%, fue aumentando gradualmente y se ha disparado en los últimos años para superar el 50% según diversas encuestas. En los inicios de la democracia los que se consideraban solo catalanes eran una pequeña minoría, algo menos que los independentistas, los que se consideraban más catalanes que españoles no llegaban a un tercio. Hoy casi se han duplicado y entre ellos muchos de origen o descendientes de emigrantes. Las dictaduras de Primo de Rivera (1923-30) y de Franco (1939-75) solo consiguieron que el catalanismo resurgiera mucho más que en el pasado. Estimular mediante la provocación, la negativa a buscar una solución pactada y el menosprecio solo lleva a una derrota para todos.
¿El temor al resultado de la consulta es la causa de la negativa del gobierno español? Es posible pero más bien parece que lo que quiere es que se radicalice el afán independentista mediante por provocaciones y amenazas como por omisiones y silencios. Y lo que aún peor: alienta el nacionalismo más cutre, el sentimiento anticatalán más primario, el enfrentamiento entre pueblos. No puede aceptar la consulta porque sería reconocer que existe un pueblo catalán y al mismo tiempo lo refuerza negándole sus derechos básicos.
El gobierno español está convencido que CiU y Artur Mas se han creado una trampa ellos mismos y de la que no saben salir. Razonan como si la consulta, el derecho a decidir y la reivindicación independentista fuera un invento de gobierno de CiU y ERC cuando es una evidencia que la movilización social ha precedido a las iniciativas de la Generalitat y de CiU y al auge de ERC. El gobierno español no ha querido establecer un escenario de diálogo con las instituciones catalanas las cuales se han sumado a la ola para llevarla a una negociación. El gobierno español ha reaccionado a partir de la ideología españolista más rancia y al afán de monopolizar el poder político. Hace dos años hubiera sido quizás posible buscar soluciones intermedias, ahora es mucho más difícil.
3. El diagnóstico equivocado de las élites políticas
El PP y el Reino de España, los aparatos del Estado y los medios de comunicación españolista, el PSOE, la UDyP y la intelectualidad mediática interpretaron muy mal el resultado de las elecciones de noviembre del 2012. Lo vendieron a sus clientelas como una derrota del catalanismo cuando los electores repartieron sus votos entre distintas fuerzas políticas dieron una amplia mayoría a las candidaturas que asumieron las demandas de un movimiento popular que iba muchos más allá de las bases tradicionales de los partidos. El catalanismo en su conjunto, el movimiento ciudadano que reclamaba consulta, derecho a decidir o independencia resultó ampliamente mayoritario. No se olvide que CiU perdió votos y diputados, evidentemente su apuesta de liderar carismáticamente el movimiento fracasó, pero fue el partido más votado con diferencia y dobló en votos a la segunda candidatura. Fue ERC, lo cual los dos partidos nacionalistas tienen mayoría en el Parlament. En los temas relacionados con la consulta y el derecho decidir se alcanza una mayoría cualificada mediante los votos de izquierda, Iniciativa-EUiA /Izquierda Unida y de CUPs y, con reticencias, los socialistas catalanes. Además hay que tener en cuenta que los partidos, en Catalunya como en el resto del Estado, están muy devaluados. Una parte importante del movimiento popular catalán puede votar o no, y en todo caso la dinámica social no está ni liderada ni identificada con el sistema de partidos.
Ciertamente esta situación expresa el punto débil del movimiento popular, aun no se ha construido una expresión política de este movimiento heterogéneo pero no una masa informe que reclame un caudillo, como intentó Mas, el presidente del Govern catalán. Pero se trata de un movimiento coherente en cuyo seno hay una gran diversidad de estructuras más o menos organizadas y una coherencia del conjunto de objetivos, que incluyen no solo derecho a decidir, estado de Europa, relación confederal o independencia, también alternativa republicana, acabar con el régimen político heredero de la transición y en proceso acelerado de degeneración, transformaciones socio-económicas de carácter welfare state y socializante.
El gobierno del PP al considerar que el Govern de CiU estaba debilitado ha acentuado el ninguneo y las provocaciones que conduzcan a la radicalización independentista y a dejar fuera de juego a CiU. Dan por supuesto que muerto el perro se acabó con la rabia. Como niegan la existencia de un pueblo catalán consideraran que el movimiento tenderá a fragmentarse y adisolverse si CiU pierde fuerza. Por ahora no les salte bien. El resultado de las elecciones del 2012 ha debilitado a CiU, ERC es más fuerte y más imprevisible y el campo del movimiento popular se ha reforzado y está más estructurado pero en él por ahora coinciden fuerzas muy diversas unidas por un envoltorioa donde está escrito “independencia” pero no todos lo son, aunque son muchos pero todos lo entienden de la misma forma n mucho menos.. La actitud del gobierno del PP, muda y negativa, amenazadora sin ofertas de negociación, ha creado un escenario que no lleva a ninguna otra parte que no sea una crisis política que puede acabar con el gobierno español y el régimen político actual.
El reaccionarismo profundo de los partidos estatalistas les ha llevado a cometer errores por acción y omisión que han radicalizado el proceso. Alternaron el discurso de la España eterna o de los 3000 años, la de Viriato, Don Pelayo, Isabel la Católica, de las FET y de las JONS y de la Cruzada con el argumento jurídico establecido en la Constitución. Por cierto cuando PSOE y PP quisieron se modificó el texto constitucional en 24 horas, sin contar las leyes y actos de gobierno de muy dudosa “constitucionalidad” como la reforma laboral, las normas que regulan los desahucios y algunos recortes sociales, que son verdaderas transgresiones a la letra y espíritu de la Constitución. Un problema político no se elimina con un argumento jurídico. Se busca una solución política y hay más de una y más de tres. Hemos citado algunas y juristas prestigiosos de Catalunya y de España han hecho propuestas que ni tan solo se han escuchado. Hubiera sido muy fácil anunciar que se abría una puerta al diálogo con el Govern, el cual no deseaba ir muy lejos al frente de una movilización que tendería a radicalizarse. Se podría haber planteado mientras tanto comisiones bilaterales que estudiaran posible reformas legales sobre la relación fiscal, la educación y las lenguas oficiales, la presencia de Catalunya en organismos de la Unión Europea, etc . Y para superar el problema de la consulta mostrarse dispuestos a buscar una solución legal a su realización que la hay y se han planteado hasta cinco posibles por parte de comisiones de expertos juristas.. La Generalitat hubiera entrado fácilmente en un proceso negociador de este tipo y el movimiento popular tendería seguramente a perder fuelle.
También se hubiera podido plantear una tercera opción con muchas posibilidades de imponerse en una consulta, una opción más o menos confederal. El movimiento popular independentista se hubiera partido quizás pero una parte importante lo hubiera aceptado. El poder de convocatoria para las movilizaciones hubiera sido menor y en cambio las reivindicaciones políticas respecto al Estado español y a las políticas socio-económicas estarán mas presente. El objetivo de la independencia formará parte del horizonte durante mucho tiempo pero en un proceso de confederalización la mayoría activa independentista se reduciría. Quizás aun es posible pero el empecinamiento de los partidos estatalistas actualmente (ninguno de los partidos citados aceptan la consulta) no dejan espacio para otra cosa que el independentismo en Catalunya. Solamente podría establecerse una vía pactista si previamente se hace caer el caduco y degenerado régimen político español. La mala idea de España, tan vigente en las elites políticas del Estado, ha sido la causa principal de un problema político que ha derivado en un conflicto pasional. El escenario más peligroso de todos, el de suma cero. La radicalización de ambas opciones solo lleva a que todos pierdan, perdamos mejor dicho.
4. La independencia y el soberanismo
Dos conceptos actualmente confusos pues se interpretan en clave decimonónica lo cual no corresponde al marco económico, político y cultural. “¿Qué independencia? ¿Somos Estados independientes en Europa? Dependemos del Banco Central Europeo, del Fondo Monetarios Internacional y de la OTAN. Formamos parte de la Unión Europea, sus normas se imponen a la legislación española. Dependemos de los organismos reguladores y desreguladores del sistema financiero internacional. A pesar del centralismo uniformista de gran parte de la casta política española y de la alta burocracia, incluida la Judicatura, la gestión de las infraestructuras y el control de los principales medios de comunicación, los poderes locales y autonómicos poseen cuotas de poder importantes. El Estado español presume de su soberanía porque en gran parte carece de ella. Pero ciertamente existe, tiene un poder relativo, capaz de hacer daño a los territorios sobre lo que gobierna y pesa muy poco en el concierto internacional.
Se puede argumentar que el Estado español cuanto más fuerte sea mejor nos defenderá, en Europa principalmente.. Un argumento a favor de mantener a Catalunya en España. Pero actualmente la sociedad catalana no se siente bien defendida por el Estado español. Un ejemplo reciente es el eje del Mediterráneo, que interesa a Catalunya (y al Levante y Andalucía oriental), que es un proyecto prioritario europeo pero el gobierno español se resiste y prioriza un eje central por los Pirineos. Más reciente aún la conexión del puerto de Barcelona con la red ferroviaria europea, una cuestión fundamental para el comercio exterior El gobierno español aplazó sine día la inversión comprometida y han sido los chinos que han presionado al gobierno alemán y al Banco Central europeo con la amenaza que si no se resolvía rápidamente este operación que se les había garantizado reducirían a la mitad sus inversiones en Europa. Estar protegido (sometido) por el Estado español actual, monocéntrico, ideologizado de tradicionalismo rancio y en manos de una oligarquía política cuyo principal interés es en reproducirse y servir a los grupos económicos, principalmente financieros (especulativos) es algo así como dormir con el enemigo. La realidad es que ahora no somos independientes, ni lo somos juntos, ni lo seremos por separado. El peso que tendremos en el escenario europeo no cambiará mucho para España y si Catalunya forma parte de la Unión Europea probablemente saldrá más beneficiada que perjudicada. Aunque sea para no comprometerse demasiado si utilizara la dudosa palabra independencia las fórmulas que usa el presidente de la Generalitat, “un Estado de Europa” o “estructuras de Estado”, es relativizar considerablemente la ilusión decimonónica de un Estado “soberano”, y expresa cierto realismo.
Hay un aspecto del “independentismo” criticable aunque sea añadir agua al vino pero peor es generar ilusiones imposibles y frustraciones aseguradas. El mensaje que transmiten numerosos portavoces independentistas, desde algunos líderes de los partidos catalanistas hasta líderes del movimiento catalanista, especialmente de la Asamblea Nacional de Catalunya, promotora de las “diades” del 11 de septiembre (las grandes manifesticiones del 2012 y 2013) que se resume en una frase: la independencia es la solución para todos los problemas acumulados, incluidos los sociales y económicos. Con toda la razón los sindicatos de trabajadores, los movimientos sociales reivindicativos y las múltiples plataformas que han emergido como respuesta a la crisis expresan un “derecho a decidir” que va más allá del independentismo o de las estructuras de Estado. Decidir sobre la deuda y sobre el control del sector financiero; sobre la fiscalidad y sobre los costes sociales o ambientales del crecimiento y la calidad de vida; sobre la contratación colectiva y las reformas laborales; sobre la privatización o la publificación de los servicios básicos como la educación o la sanidad; sobre los desahucios, la política de vivienda y el control público del suelo; sobre la Judicatura y los usos y métodos de las policías; sobre la democracia participativa y directa y sobre la base de reconocer el carácter constructivo del conflicto social y la transparencia de las administraciones públicas, etc. No se trata, por lo menos desde la izquierda, de hacer del independentismo un objetivo único y absoluto. Es una alternativa posible, no la única, y solo vale si va ligada a una transformación de los modelos políticos de gobierno ahora vigentes y a la ruptura con las políticas económico-sociales propias del neoliberalismo.
El soberanismo, otro concepto que genera confusión intelectual y conflicto político. Es un concepto vinculado a la formación de los Estados monárquicos absolutistas, el “soberano” era el Rey. La revolución francesa atribuyó la soberanía al pueblo por medio de sus representantes. Actualmente resulta anacrónico. La soberanía se entiende como el “poder supremo”. ¿La tiene el Rey, la tienen las Cortes, la tiene el gobierno español? En realidad el poder político está muy repartido, entre organismos internacionales, la Unión Europea, los poderes del Estado español, las entidades autonómicas y locales y muchos poderes de facto. Cuando se reclama “soberanía” en Catalunya en realidad se expresa reducir las dependencias respecto al Estado español, pero una Catalunya independiente no será soberana, dependerá en mucho de Europa y también mantendrá fuertes lazos con España. Por su parte el Gobierno español y los partidos estatalistas proclaman ser depositarios de la soberanía para oponerse a las dinámicas distanciadoras catalanas y aprovechan la coyuntura conflictiva para recentralizar el poder político español y facilitar quizás una deriva represiva y autoritaria. Para ellos el problema es Catalunya, también Euskadi en menor grado Y, lo que es peor, se utiliza la amenaza soberanista catalana para dejar en la penumbra las políticas sociales y económicas y para desviar el malestar contra “el separatismo” como no hace mucho se hacía con el “terrorismo” vasco. El objetivo no solo es someter Catalunya, es también y más importante yugular las resistencias sociales populares en toda España. El comportamiento de un régimen político decadente es agonizar provocando conflictos y aplicando represiones de todo tipo. El uso del concepto de “soberanismo” en Catalunya nos parece ingenuo y prepotente. Pero parte de la oligarquía política española es peligroso y perverso.
5. Nación, pueblo y ciudadanía
La obsesión por “la unidad indisoluble de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles” (artículo 2 de la Constitución) expresa esta concepción metafísica de la Nación. Un artículo tan absurdo como contrario a la realidad histórica y a la lógica jurídica. Se prescinde de la realidad plurinacional en que se asienta el Estado español. ¿Cómo además puede un texto legal proclamar la “indisolubilidad” de un modelo de organización política? Se confunde Estado y Nación y se atribuye a las Fuerzas Armadas “la misión de garantizar la soberanía e independencia de España y defender la integridad territorial (articulo 8 de la Constitución”. El jefe supremo de las Fuerzas Armadas es el Rey, el pueblo y sus representantes electos no cuentan. Según contaba uno de los ponentes constitucionales, Jordi Solé Tura, estos dos artículos fueron impuestos por la Casa Real por presión de las Fuerzas Armadas y la derecha neofranquista representada por Fraga Iribarne, miembro de la ponencia redactora.
La distinción entre nación y nacionalidad fue un invento oportunista y confusionario, solución para hoy y problemas para mañana. Los catalanes (y vascos), la gran mayoría de los ciudadanos y gran parte de las elites se afirman como nación como lo ha reiterado el Parlament de Catalunya y consta en el Estatut. También en menor grado en Galicia y en Andalucía existe un sentimiento nacional. Pero las elites políticas y los poderes mediáticos españoles consideran que solo hay una nación, España. Las razones: ignorancia sobre la historia, confusión entre Estado y nación y, sobre todo, afán de monopolizar al máximo todo el poder político. El resultado fue establecer en la Constitución una dicotomía entre nación y nacionalidades para que cada uno lo interpretara a su modo. Los políticos españolistas entendían que solo había una Nación-Estado, soberano, una sola patria, un solo pueblo. No era posible reconocer a una parte de la nación como un demos o sujeto político. Pero las nacionalidades se consideran naciones y por lo tanto el Estado debe ser plurinacional y las naciones que lo componen están legitimadas para negociar bilateralmente con el Estado su status e incluso optar por la separación.
Resulta evidente que la distinción nación-nacionalidad es hoy fuente de confusión. ¿Si una comunidad autónoma, por amplia mayoría, parlamentaria y social, se declara reiteradamente nación, con argumentos históricos, lingüísticos, culturales, políticos y económicos como ocurre en Catalunya, de qué sirve negarlo? Al contrario si hay en frente un gobierno como el español que lo niega lo único que consigue es radicalizar y aumentar el nacionalismo opuesto. Una discusión académica o legalista sobre el ser nación o nacionalidad es una pérdida de tiempo. Hay una nación cuando un pueblo, con sus divisiones y contradicciones, expresa su voluntad de autogobierno y construye un proyecto político. Si el Estado del que forma parte le niega este reconocimiento solo consigue radicalizar la tendencia nacionalista propia ante la prepotencia del Estado que actúa movido por un nacionalismo dominante que no soporta la emergencia de un pueblo con voluntad de ser nación. La exacerbación de los nacionalismos conduce fatalmente a la explosión de comportamientos pasionales por ambas partes lo cual genera una suma 0, nadie gana, todos pierden, aunque haya aparentemente vencedores y vencidos. Brecht y su señor K nos recordó que el mal que conlleva el nacionalismo es que tiende a convertirte en nacionalista de signo opuesto. Y como decía Me-ti, otro alter ego de Brecht, “la autodeterminación de los pueblos forma parte del gran orden (una sociedad justa) siempre que se vincule autodeterminación con el gran orden”. Traducido del lenguaje críptico que tuvo que usar Brecht, la autodeterminación reclamada por un pueblo solo se legitima si el resultado es un modelo político justo para todo este pueblo.
Recuperemos pues el concepto de pueblo y su relación con la ciudadanía.
Jordi Borja, La Lamentable, 10/01/2014
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Lamentable artículo,se lo dice un licenciado en historia y trabajador de esade, conozco perfectamente la realidad económica y histórica y todo lo que usted dice son sandeces.
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