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Las elecciones del pasado domingo 6 de mayo en Francia y en Grecia tendrán una gran importancia para las vías de salida de la crisis financiera, monetaria, económica y política en Europa. Aunque la atención se haya centrado lógicamente en la victoria de Hollande en Francia, lo ocurrido en Grecia no es menos importante pero por razones bien diferentes. Si en Paris se abren importantes esperanzas, en Atenas aumenta la incertidumbre. En Francia, toda una generación no había conocido un Presidente de izquierdas. Hace 31 años que Mitterrand llegó al Eliseo y 17 que salió de él. Ahora llega Hollande en el que pocos creían cuando presento su candidatura en un modesto local de los suburbios de París.
Es cierto que Hollande no parecía predestinado a una función destinada a jóvenes aguerridos e impetuosos como Giscard o Sarkozy, o a personajes maduros que superan derrotas como Chirac o Mitterrand. Quizá no estaría en el Eliseo sin lo ocurrido con Dominique Strauss-Kahn, pero así es la vida y ha sabido aprovechar las ocasiones que esta le brindaba con un esfuerzo y una constancia extraordinaria.
Hollande trae un aire fresco no solo para Francia sino para la izquierda europea. Sin llegar a la oleada de entusiasmo del 81, eran otros tiempos, el resultado de las elecciones francesas puede cambiar el rumbo de Europa y evitar la catástrofe recesionista a la que la están empujando la pareja Sarkozy-Merkel. Su propósito de hacer compatible la austeridad con el crecimiento, y el equilibrio de las finanzas publicas con la justicia social, es todo un proyecto para toda Europa.
Hemos de reconocer que Hollande presentaba un programa más a la izquierda que el del PSOE en España. Y, por ello, ganó la primera vuelta y ha sido capaz de ganar la segunda gracias a una coalición implícita de socialistas, centristas, ecologistas y de la izquierda radical. Tenía la ventaja de que no había estado gobernando y el coste de la crisis se lo llevó Sarkozy. Su intento desesperado de ligarse a los electores del Frente Nacional, que en realidad no tenían ningún interés en consolidar a la derecha clásica en el poder, le hizo perder el centro, que es donde se ganan las presidenciales francesas.
Conozco a Hollande desde hace muchos años .Primero a través de uno de sus libros de texto de economía cuando era profesor en Sciences Politiques de París. Después cuando era Secretario General del PS francés, (!! lo fue durante 11 años !!), cuando Jospin era primer ministro y yo candidato a la presidencia del Gobierno. Dicen de él que es el anti-héroe, sin experiencia de gobierno, y es cierto que nunca ha sido ministro, cosa excepcional en Francia, adaptable y sin gran ambición. Casi todo eso es incierto. No se llega a Presidente de la República sin una gran ambición, pero no parece tener la obsesión del poder por el poder, que ha caracterizado a casi todos sus antecesores.
Ganar las primarias ciudadanas fue su primer gran éxito y también del PS que con ello abrió un cauce de participación ciudadana que todos tendrán que imitar, y de hecho en España ya hemos decidido hacerlo en el PSC y en el PSOE .Es sin duda una persona que ve lejos y aguanta el rumbo más que los que hablan fuerte y ceden pronto, como ese “cambiar el capitalismo” que anuncio Sarkozy después de la quiebra de L&B y del que nunca más se supo.
Pero a Hollande le esperan pruebas difíciles. También Mitterrand prometió “cambiar la vida” y en menos de dos años los mercados financieros le devaluaron el franco varias veces hasta obligarle a cambiar de política y pasar de la expansión keynesiana a la política de “rigor”, que es como entonces se llamaba la austeridad. Ahora ya no hay franco que devaluar, pero las tensiones se han trasladado a los tipos de interés exigidos para financiar el déficit y por ese camino también se puede obligar a los gobiernos a cambiar de políticas. Buenas pruebas tenemos de ello.
Poner en su lugar al sistema financiero en un país como Francia, que tiene que pedir prestados 180.000 millones de euros para financiar su déficit este año, no va a ser fácil. Ni combinar austeridad con crecimiento cuando la Deuda Pública se ha doblado en 20 años hasta llegar al 85 % del PIB. En realidad, Francia aparece hoy ante los mercados financieros como la llave de la crisis de la zona euro. La capacidad de Hollande de inflexionar la política franco-alemana sin producir una ruptura será determinante para el futuro de Europa. Y los hechos le están dando la razón cuando dice en la Bastilla reconquistada que “Europa no puede tener la austeridad como su único horizonte político”.
Así lo creen también los electores griegos. Seis meses después del psicodrama del abortado referéndum propuesto por Papandreu y su substitución por el tecnócrata ex vicepresidente del BCE Papademos, los griegos han elegido un nuevo parlamento en lo que era probablemente su elección más importante desde el final de la II Guerra Mundial. De lo que se trataba era del lugar que Grecia quiere tener en Europa y de cómo superar la terrible crisis producida por los errores de los gobiernos griegos y de las malas terapias exigidas por la Unión Europea.
Pero a diferencia de Francia, pocas veces una elección aportaba tan pocas esperanzas. Si en Francia esa coalición implícita de socialistas, centristas y de izquierda radical ha hecho posible construir una alternativa clara, en Grecia una mezcla de temor, de cólera y de resignación, hartos de que Bruselas y Berlín les impongan sacrificios sin esperanzas, se ha producido, como se esperaba, un parlamento ultrafragmentado. La dispersión del voto y la abstención, casi el 40 %, ha producido el escenario político más fragmentado de la historia. Siete partidos, dos de ellos nuevos entran en el Parlamento. Otros 32 se quedan fuera a pesar de haber reunido entre todos casi el 20 % del voto. Los dos grandes partidos, el conservador Nueva Democracia y el socialista Pasok, los únicos que defendían la política de austeridad impuesta como condición a los rescates financieros de la UE y el FMI solo lograron el 32,4% de los votos (frente al 78% de 2009) y no parece que puedan formar un Gobierno de coalición.
Si eso se confirma, y parece que así va a ser, en Atenas se ha acabado el bipartidismo vigente desde la restauración de la democracia en 1974 en el que ND y Pasok se venían sucediendo el uno al otro y de padre a hijo en cada uno de ellos. En su lugar, una coalición de izquierda radical (Syriza) se convierte en el Segundo partido más votado, por delante del Pasok, y los neonazis de Aurora Dorada entran en el Parlamento con 20 escaños. Ambos piden la renegociación de los acuerdos con Europa para incluir políticas de crecimiento. Lo mismo que Hollande en Francia, pero con mayores exigencias y menos fuerza para conseguirlas.
Si en Francia se abren las puertas a muchas esperanzas, no veo como en Atenas se podrá superar ese cataclismo electoral, no por esperado menos grave. La formación de un Gobierno de unidad nacional, como ya pide el Pasok y ND sería la única solución, pero muy difícil porque lo que pide Sryza no será aceptado por Europa. La alternativa es la repetición de las elecciones.
Si el resultado de las elecciones griegas se considera una bomba política, era difícil imaginar que pudiera ocurrir otra cosa. Grecia sola no saldrá del agujero político y económico en el que se encuentra. Si la expresión Plan Marshall para Europa puede resultar demasiado ambiciosa, es imprescindible para Grecia. Por ello, el cambio de rumbo en la política europea que representa Hollande es especialmente importante para todos, especialmente para los griegos. Y a escala diferente, pero por las mismas necesidades de combinar equilibrio fiscal, crecimiento y justicia social, también para España.
Josep Borrell, Sistema, 08/05/2012
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