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Francia votó en contra de la Constitución europea en mayo de 2005, y ese proyecto se vino abajo, principalmente por la ausencia de avances sociales en el texto sometido a referéndum. Y siete años más tarde, en otro mes de mayo, la elección presidencial en Francia termina con un contundente giro a la izquierda, una suerte de rebelión contra el mensaje de austeridad a ultranza mantenido por los poderes conservadores a lo largo de la Unión Europea. Ya había una primera ministra socialdemócrata en Dinamarca, y también un jefe de Gobierno socialista en Bélgica, ambos en coalición, pero el triunfo de François Hollande representa una excepción de un calibre mucho mayor, un hecho político de primer orden.
El mandatario electo lo ha señalado en su primer discurso en la noche de la victoria, al resaltar la idea de que la austeridad “no puede ser una fatalidad en Europa”. En todo caso, el futuro de Francia parece ahora más unido al de Europa y muestra el error cometido por Sarkozy que, habiendo sido elegido en 2007 como europeísta, ha finalizado la campaña de 2012 acercándose demasiado al aislacionismo propugnado por la extrema derecha y criticando a sus vecinos y socios, como España.
Este resultado electoral es el fruto de una coalición que no lleva ese nombre, pero en realidad representa la convergencia de centristas, socialistas e izquierdistas en contra del presidente saliente, Nicolas Sarkozy. El apoyo inequívoco de los comunistas y de la extrema izquierda, encabezados por Jean-Luc Mélenchon, puede condicionar a Hollande con sus exigencias de impulsar la política del gasto y aumentar los costos salariales. Sin embargo, la maniobra de última hora llevada a cabo por el centrista François Bayrou, que anunció su apoyo a Hollande cuatro días antes de la votación, no solo ha aportado sufragios al presidente electo, sino un juego de contrapesos. Hollande, que ha aprendido a vestir el traje de presidente imitando a su maestro, François Mitterrand, ya había probado sus habilidades precisamente en la forma de desenvolverse entre las figuras de su partido y en los tratos con otros grupos de izquierda. Por ese lado tendrá problemas, pero no insuperables.
Las complicaciones para el nuevo presidente francés vendrán más bien de la relación con el mundo del dinero. Colocar a las finanzas “en su sitio” es uno de los mensajes más fuertes de Hollande a lo largo de la campaña electoral.
En lugar de grandilocuencias a lo Sarkozy, que lanzó a los cuatro vientos la retórica de la “refundación del capitalismo” cuando estalló la crisis financiera internacional (2008), Hollande ha preferido un gesto muy concreto: la promesa de llevar hasta el 75% el tipo marginal del impuesto sobre la renta de las personas que superen el millón de euros al año. El impacto ha sido considerable entre las grandes compañías francesas y las multinacionales instaladas en este país, y en general en el mundo de las empresas, a las que pretende incrementar las cotizaciones sociales. Sin duda, muchas personas de esos sectores comparten la portada del semanario The Economist del 28 de abril, dedicada al “bastante peligroso señor Hollande”. Sin olvidar los 60.000 nuevos puestos prometidos en la Educación Nacional a lo largo de cinco años, que da otra medida de la excepción francesa en una Europa dominada por la idea del adelgazamiento del Estado. Pero el presidente electo no es ningún peligroso izquierdista, insinúe lo que insinúe la prestigiosa revista económica británica.
El triunfo de Hollande sanciona el fracaso de la campaña de Sarkozy, que hizo caso a sus consejeros más ultraderechistas para tratar de conservar el palacio de El Elíseo. No ha podido escapar a la ley de hierro de los líderes políticos atrapados por la crisis económica y financiera que se ha abatido sobre Europa, y se despidió pidiendo respeto para la decisión “democrática y republicana” a favor de su adversario. Minutos más tarde, Hollande le correspondió enviando un “saludo republicano a Nicolas Sarkozy, que ha dirigido Francia durante cinco años”. Un elegante savoir faire en el momento del cambio político.
La incógnita es lo que sucederá con la derecha si se deja atraer por el ultraderechismo, cuyo pringue puede pegarse al de otros populismos en Europa. ¿Hasta qué punto se extenderá el Frente Nacional de Marine Le Pen, a costa del campo político derrotado en las urnas del 6 de mayo? Un sondeo previo al día de la votación apuntaba que solo la mitad de los votantes de Le Pen en la primera vuelta respaldarían a Sarkozy en la segunda. Un primer intento de transmitir la imagen de que el socialismo quiere reconquistar a las clases trabajadoras se produjo minutos antes del debate televisado con Sarkozy, cuando Hollande se paró ante los obreros de una fábrica de automóviles que protestaban por el temor a ser despedidos al día siguiente de la elección presidencial: pronto se sabrá si ese gesto significaba algo más que una imagen de campaña para la televisión. La tarea del poder de izquierda encarnado por François Hollande, si se confirma en las elecciones legislativas del mes próximo, tiene que contribuir claramente a que la ultraderecha no continúe seduciendo cada vez a más gente en Francia y, por extensión, en el conjunto de Europa.
Joaquin Prieto, El País, 06/05/2012
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